Siempre me ha parecido divertido ese terror a cumplir años que algunas mujeres tienen, sobre todo porque aparece más o menos cuando caen en la cuenta de que ya pasaron los 20. Porque antes de eso, todas quieren ser grandes y llegar a los 18 para poder comprar alcohol en todas partes, manejar un auto, poder olvidarse de la censura del cine y entrar a esas fiestas donde los todos los hombres son mayores de 21. Y alcazar los 20, bueno, las convierte en “veinteañeras”, lo cual incluso suena bien. Pero llegando a los 21, empiezan los tics cuando hay que decir la edad.
Entonces, empieza esa psicosis por hacer la lista de las cosas que, a tus veinte y tantos, todavía no haz hecho. Y las comparaciones ridículas con las vidas de otras personas como hermanos mayores, primas mayores o tus propios padres, incluso los abuelos: pones sobre la mesa las líneas de tiempo de todos y vez que en la tuya, en el cuadrante en que ahora te encuentras, personas tan poco contemporáneas a ti como tus tatas, ya tenían 2 hijos; o que otros, como tu prima, que se escapó a los 17 con el pololo a vivir en pirque y volvió al año a su casa con una guagua, con pololo y sin un peso, también tenía su vida “armada” a tu edad. Todo esto, para qué? Para que te de un ataque por empezar a imponerte metas del porte de “encontrar pololo”, pero no “un” pololo, sino que “EL” pololo; o que el pololo que tienes, aunque sólo tenga 4 meses de data, va a tener que casarte contigo el próximo año porque si no te está haciendo perder tiempo. Metas descabelladas para cumplirlas en plazos descabellados con la urgencia de que hay que lograrlas todas antes de los 30 porque, al parecer, la vida se te acaba en ese cumpleaños.
Por lo tanto, a mis 25, soltera y sin hijos, yo estaría acabada. Todavía estoy en la U, recién me titulo a mitad de año, después recién empiezo a trabajar en un trabajo en serio y no está en mis planes conseguirme un futuro marido de aquí a fin de año. Sin duda, muchas me dirían que estoy loca, que tengo un problema, que estoy mal enfocada en la vida; que no puede ser que yo tenga como prioridad ahora, ad portas de los 26, independizarme de mis viejos antes que salir a encontrar a mi príncipe azul en su caballo y toda esa cosa barbie con que a tantas niñas de mi generación fueron infectadas. Qué tiene de malo querer pasarlo bien, conocer más e intentar alguna relación, aunque no resulte, sin andar con el traje de novia en la cartera? Si lo único relacionado con matrimonios que me interesa en este minuto es que me inviten a alguno!
Qué tiene de malo querer encontrar a alguien para poder comprarle un regalo, hacerle cariño, alguien que te quiera o quiera quererte, te acompañe a comer algo rico o a ver una película? Qué diablos importa tener marido asegurado a los 25 si tienes con quién acurrucarte para dormir? NADA, absolutamente nada.
No creo estar mal enfocada ni creo tener problemas sicológicos por pensar así; no le tengo miedo al compromiso, al contario, me gusta esa confianza, que no tienen que ver con el nombre, sino que con la intención, y tampoco soy una garrapata pegote y psicópata, también necesito mi espacio para las mil y una cosas que me gusta hacer sola; no necesito encontrar al amor de mi vida la próxima vez que baje al metro, ni tampoco quiero encontarlo de esa manera; no soy ni feminista fundamentalista ni lesbiana, sí quiero casarme, sí quiero tener hijos, sí me encantan los hombres, no pueden gustarme las niñas; y no pretendo definir mi vida dentro de los 2 próximos años, si no sé qué es lo que pasa conmigo mañana, menos cuál va a ser el estado de mis cosas de aquí a los 28. Y, finalmente, no creo que la vida se acabe a los 30, creo más en que la vida se te acaba cuando quieres sentirte acabado, sea que tengas 26 o 73 años.
No quiero decir con todo esto que viva mis vida tan inconcientemente, también creo que no me gustaría llegar a los 40 sola con un departamento y un gato romano sobre mi sillón Barcelona o mi sitial Valdés; sé bien que el tiempo pasa y las oportunidades se pierden si no se aprovechan. Sé que no puedo dejar todo a la suerte porque, punto uno, no soy precisamente miss suerte y, punto dos, porque necesito puntos de certeza dentro de lo incierto para poder guiarme, hitos que me marquen el norte. Pero también sé que creo que la vida de una chica de 25 como yo, con o sin pololo, con o sin trabajo, con o sin depto. propio, no puede sino tener mil millones de posibilidades por delante, que no tienen nada que ver con la necesidad de cumplir con esas cosas que una sociedad chaquetera como la nuestra estableció con plazos límite, sino que tienen que ver con la necesidad darnos el tiempo para saber qué es lo que queremos en verdad.